Autoestima: Cuando tu peor enemigo eres tú

Esta escena de la película francesa Angel-A nos muestra lo que sería un caso ejemplar de baja autoestima. El protagonista, enamorado de una chica a la que encuentra inalcanzable, siente que no vale para nada. Desprecia todo en él, desde su físico hasta su forma de ser, y llega a creerse que no es merecedor de nada bueno. Es un retrato explícito de lo que sería la falta de afecto por uno mismo y de la nula confianza en nuestras posibilidades. Es la imagen de un individuo anulado por sí mismo.

Podemos agrupar los factores que condicionan una baja autoestima en cinco causas principales:

  • Tener pensamientos negativos sobre uno mismo. Estas ideas pueden reflejarse de diferentes formas: desde creencias distorsionadas sobre nuestra imagen corporal (el «estoy gorda» de los trastornos alimenticios) hasta diálogos internos que boicotean nuestras acciones («eres un inútil que no sabrá hacerlo», «mejor cállate, no sabes hablar bien»).
  • Compararnos con los demás. Nada bueno surge de valorar lo que somos y tenemos en comparación con los otros. Sólo podemos extraer ideas erróneas sobre ‘lo que debería ser’, en una lucha interna sin fin por alcanzar lo imposible, saltando de insatisfacción en disgusto, cuando la clave del bienestar siempre está en aceptarnos tal y como somos. Sólo cuando seamos plenamente conscientes de nuestras virtudes y nuestros puntos a mejorar podremos poner en marcha nuestro potencial.
  • No ser asertivos. Ya dedicamos en el blog una entrada a la asertividad. Saber decir que no, ofrecer de forma efectiva nuestro punto de vista, no dejarse engatusar fácilmente, hacernos valorar y saber escuchar a los demás son elementos indispensables para socializar de forma adecuada, lo que repercute directamente en nuestra autovaloración.
  • Mantener relaciones tóxicas. Rodearnos de gente que no nos valora, para los que sólo somos diana de sus críticas cuando no desprecios, es una fuente constante de sufrimiento que golpea con fuerza nuestra capacidad de querernos. Sólo alejándonos de este tipo de personas podremos empezar a crecer emocionalmente. Tampoco es nada bueno crear vínculos de dependencia, emocional o material, con nadie y en ninguna situación. Buena parte de nuestra autoestima se nutre de sentirnos válidos como personas libres e independientes. No necesitamos a nadie para ser seres completos, olvidaos del concepto tan dañino de ‘la media naranja’.
  • La falta de motivación. Está más que demostrado que uno de los motores de la felicidad es mantener objetivos vitales -firmes, realistas y alcanzables- que motiven nuestro día a día. Cuando nos quedamos sin una ilusión por la que seguir adelante, la vida puede hacerse muy dura, llegando a anestesiarnos emocionalmente hasta hacernos sentir inútiles.

A continuación, os dejo un pequeño test con el que hacer una primera evaluación de vuestra autoestima. Tened en cuenta que simplemente es una herramienta para una aproximación inicial, no ofrece un diagnóstico fiable de lo que os ocurre. Si tenéis dudas sobre la confianza en vosotros mismos, no dudéis en poneros en manos de un especialista que os ayude.

Test de Rosenberg para evaluar la autoestima

Por qué la descripción de ‘Joker’ de la enfermedad mental está peligrosamente mal informada

(Esta entrada es una traducción propia del siguiente artículo publicado en The Guardian por Annabel Driscoll y Mina Husain: https://www.theguardian.com/film/2019/oct/21/joker-mental-illness-joaquin-phoenix-dangerous-misinformed)

Con películas que juegan un papel clave en la formación de actitudes hacia la salud mental, dos médicos dicen que el supervillano con problemas interpretado por Joaquin Phoenix perpetúa estereotipos dañinos

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Ideas tóxicas. ‘Joker’, protagonizada por Joaquin Phoenix. Foto: Warner Bros

Como doctores que trabajamos en salas psiquiátricas para pacientes hospitalizados agudos, la enfermedad mental grave es nuestra realidad diaria. Por ello, hemos observado las controversias en torno al ‘Joker’ de Todd Phillips, en el que Joaquin Phoenix interpreta a un solitario problemático que recurre a la violencia, con interés profesional.

El dominio de la película en el debate sobre las representaciones de enfermedades mentales en el cine llega en un momento curioso. Recientemente, hemos sido testigos de grandes avances en la concienciación sobre problemas de salud mental relativamente comunes, como la depresión y la ansiedad y, con esa concienciación, un aumento en el rechazo del tipo de prejuicios inútiles que solían rodearlos. Ahora se discuten fácilmente sin rubor y, a menudo, se representan en los medios con una comprensión bien informada de los hechos, gracias a campañas de información efectivas.

Sin embargo, las condiciones graves de salud mental, como las enfermedades psicóticas, permanecen envueltas en el estigma y son constantemente tergiversadas y mal entendidas. Las representaciones de enfermedades mentales en la película pueden perpetuar estereotipos infundados y difundir información errónea. Una de las ideas más tóxicas a las que se suscribe ‘Joker’ es la asociación trillada entre enfermedades mentales graves y violencia extrema. La noción de que el deterioro mental necesariamente conduce a la violencia contra los demás, implicada por la yuxtaposición del personaje de Phoenix, Arthur, que interrumpe su medicación con sus actos de violencia cada vez más frecuentes, no solo está mal informada sino que amplifica aún más el estigma y el miedo.

Los estudios muestran que esta asociación es exagerada, y que las personas con enfermedades mentales graves son más vulnerables a la violencia de otros que la población en general. Es interesante, entonces, que el intento sincero de ‘Joker’ de crear un personaje empático con una enfermedad mental -que escribe: «La peor parte de tener una enfermedad mental es que la gente espera que te comportes como si no»-, contribuye al prejuicio que Arthur anhela evadir.

La supuesta pérdida de control de Arthur sobre la realidad es sugerida por un guiño a los síntomas psicóticos: ideas delirantes de naturaleza grandiosa («Soy un genio cómico no descubierto») y alucinaciones con su vecina, que se confirman por su ingreso en una institución psiquiátrica. Esta restauración del orden a través del Asilo Arkham afirma la inferencia general de la película: el descenso de Arthur a la violencia y la destrucción se desencadena por su deterioro mental. El resultado de esto es, de forma decepcionante, eliminar las condiciones de Arthur y desviar la atención sobre una conversación, potencialmente más estimulante, sobre la desigualdad de la riqueza y su responsabilidad en el colapso social.

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Mal informada. ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, protagonizada por Jack Nicholson. Foto: Allstar / United Artists

No quisiéramos empantanarnos en etiquetas, pero la psicopatología que habita en Arthur es nebulosa en el mejor de los casos: su aparente falta de pensamiento desordenado significa que el intento de ilustrar la psicosis está a medio formar. También muestra rasgos de narcisismo y depresión. Esta imprecisión diagnóstica puede crear un carácter identificable que refleje el dolor de cualquier enfermedad psiquiátrica; pero da la impresión de que la trama se ha confeccionado apretujando diferentes trastornos. Al final, esto socava el rendimiento hipnótico de Phoenix y los sinceros intentos de ‘Joker’ por explorar la interacción entre pobreza, desigualdad y aislamiento social.

La peculiaridad escalofriante de Arthur, sus estallidos de risa incongruente e incontrolada, tampoco es motivo de risa. Presumiblemente, sufre de la afección neurológica pseudobulbar, también conocida como «incontinencia emocional», tal vez causada por el trauma en la cabeza de su infancia. ‘Joker’ puede intentar descubrir la diferencia entre lo psiquiátrico y lo neurológico, entre una enfermedad mental y un trastorno médico, pero corre el riesgo de combinar los dos con una imagen inquietante, estigmatizante y problemática. Ya sea intencionalmente o no, Arthur se presenta como un supervillano histéricamente risueño, estereotípicamente «loco» a simple vista; un payaso asesino riendo solo en un autobús.

Las representaciones cinematográficas de enfermedades mentales, -con la más infame de todas, ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’-, tienen implicaciones profundas y duraderas en el mundo real. Es ampliamente reconocido dentro de la psiquiatría que ‘El nido del cuco’ llevó a niveles inapropiados de sospecha y desinformación con respecto a la terapia electroconvulsiva, y pudo haber significado que muchas personas no recibieran tratamiento probado y efectivo. Todo esto debido a la presentación mal informada de una sola película.

Las películas tienen el poder de perpetuar el estigma y el miedo, por lo que la tergiversación de una enfermedad mental grave en ‘Joker’ no debe descartarse a la ligera.

¿Para qué necesito yo un psicólogo?

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Aunque en los últimos tiempos el hecho de asistir a terapia se ha normalizado bastante, lo cierto es que aún queda camino por recorrer para derribar esa falsa idea de que sólo los ‘locos’ acuden al psicólogo. Todos, en algún momento de nuestra vida, podemos necesitar la ayuda de un profesional; no deberíamos avergonzarnos por acudir a un psicólogo si creemos que puede ser un apoyo. A continuación, plantearemos algunas ideas para acabar de convencer a los más reacios.

  • La salud no es sólo física, también es mental. Los pensamientos pueden no dejar huella en el cuerpo, pero eso no los hace menos dolorosos. Tendemos a pasar por alto lo que no podemos ver, a restarle importancia a los problemas psíquicos y emocionales porque suelen no mostrar síntomas evidentes. Pero para evidente sólo un dato como ejemplo: una de las causas de baja laboral más comunes es la depresión.
  • La terapia nos ofrece un marco nuevo donde expresarnos. Familia, trabajo y amigos, nuestros círculos habituales, suelen regirse por dinámicas que dominamos, pero que a la vez limitan nuestra capacidad para expresarnos libremente. La terapia nos otorga un lugar y un tiempo únicos, desvinculados de nuestro entorno habitual, que nos permite analizar la situación y encontrar soluciones sin sentirnos condicionados.
  • El psicólogo nos ayuda a cambiar nuestro punto de vista. El hecho de que el profesional esté desvinculado de nuestro día a día, que no sea alguien de nuestra familia o un amigo implicado emocionalmente en lo que nos ocurre, permite ofrecernos una visión racional (y formada, por algo ha dedicado años de estudio y dedicación) de nuestro problema. Este punto de referencia puede darle un giro a cómo percibimos nuestros pensamientos y a cómo actuamos ante el problema.
  • Pedir ayuda no es una debilidad. Todo lo contrario. Hay que ser muy valiente para admitir que te pasa algo y que tú solo no puedes con ello. Encerrarse en sí mismo y esperar que las cosas se arreglen solas no es la respuesta; es una forma de defenderse negando el problema, sin llegar nunca a afrontarlo.
  • Es totalmente confidencial. Lo que se dice en consulta se queda en consulta. El psicólogo, además, jamás te juzgará ni te recriminará. Es un espacio y un lugar sólo para ti, donde nada de lo que se diga será filtrado. Este secretismo está destinado a crear el ambiente de confianza y soltura que facilite la resolución de la terapia.

¿Por qué las personas deprimidas prefieren la música triste?

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(Esta entrada es una traducción propia del siguiente artículo publicado en ‘BPS Research Digest’ por Christian Jarrett (@Psych_Writer): https://digest.bps.org.uk/2019/04/24/why-do-people-with-depression-like-listening-to-sad-music/)

Todos conocemos el poderoso efecto que la música puede tener en el estado de ánimo. Es posible que te sientas un poco alegre, pero luego se te saltan las lágrimas escuchando música en el coche y llegas a casa sintiéndote triste (por el contrario, obviamente, las melodías felices pueden levantarnos el ánimo). Para la mayoría de nosotros, estos efectos no son un gran problema. Pero ¿qué pasa si estás viviendo con depresión? Ahora las implicaciones se vuelven más serias. Y, según un controvertido estudio publicado hace unos años, lejos de buscar música inspiradora, las personas diagnosticadas con depresión están notablemente más inclinadas que los grupos sanos de control a elegir escuchar música triste (y a mirar imágenes tristes). La controvertida conclusión es que las personas deprimidas actúan deliberadamente para mantener su mal humor. Ahora, un estudio en la revista ‘Emotion’ ha replicado este hallazgo, y los investigadores presentan evidencias que sugieren que las personas deprimidas no buscan mantener sus sentimientos negativos, sino que encuentran calma y una subida de ánimo escuchando música triste.

«El estudio actual es el más definitivo hasta la fecha en la exploración de preferencias relacionadas con la depresión para la música triste con diferentes tareas y las razones de estas preferencias», escribe el equipo de la Universidad del Sur de Florida, dirigido por Sunkyung Yoon.

La investigación involucró a 38 estudiantes universitarias diagnosticadas con depresión y 38 controles femeninos no deprimidos. La primera parte del estudio fue un intento de replicación utilizando los mismos materiales que en el artículo de 2015 que encontró que las personas deprimidas preferían la música triste. Los participantes escucharon extractos de 30 segundos de música triste («Adagio for Strings» de Samuel Barber y «Rakavot «de Avi Balili), música feliz y música neutral, y declararon cuáles preferirían volver a escuchar en el futuro. Al reproducir con éxito la investigación anterior, Yoon y su equipo descubrieron que los participantes deprimidos tenían más probabilidades de elegir los temas musicales tristes.

La segunda parte del estudio utilizó nuevas muestras de música: 84 pares de clips de 10 segundos de música de película instrumental, que contrastan pistas felices, tristes, que generan miedo, neutrales y también de alta y baja energía. En cada caso, los participantes también debían indicar qué música preferirían escuchar más tarde. Al final también escucharon todas las muestras y declararon qué efecto tuvieron en sus emociones. Los investigadores encontraron de nuevo que las personas con depresión tenían una preferencia mucho mayor que las de control por la música triste y de baja energía (pero no por la música que produce miedo). Sin embargo, cuando se volvieron a escuchar estos clips de manera crítica, informaron que les hicieron sentir más felices y menos tristes, lo que contradice la polémica idea de que las personas deprimidas buscan perpetuar su mal humor.

Este estudio no puede explicar por qué las personas deprimidas encuentran estimulante la música triste y de baja energía, aunque el sentido común sugiere que, si te sientes deprimido, una melodía alegre y de ritmo rápido puede ser irritante e inapropiada, mientras que una melodía más baja y seria podría ser reconfortante. Otras pistas provienen de otro estudio reciente que investigó por qué a las personas (no deprimidas) generalmente les gusta escuchar música triste cuando se sienten deprimidas; por ejemplo, algunos participantes dijeron que la música triste actuaba como un amigo que les apoya.

La nueva investigación involucró solo a una pequeña muestra de estudiantes universitarias, y solo analizó los efectos emocionales en un corto período de tiempo. Yoon y sus colegas reconocen que se necesita más investigación para descubrir por qué las personas deprimidas prefieren la música triste. Por ahora, sin embargo, los nuevos hallazgos sugieren que esta preferencia «… puede reflejar un deseo de calmar la experiencia emocional en lugar de un deseo de aumentar los sentimientos tristes».

Why Do Depressed People Prefer Sad Music?

Sexualidad e hijos (y IV): Qué valores transmitir

Fotograma de ‘La vie d’Adèle’ (Abdellatif Kechiche, 1993)

Concluimos esta serie de entradas -dedicadas al diálogo sobre sexo y género entre padres e hijos- con un listado de valores que deberíamos tener presentes en nuestro discurso. Tan importante son las formas de lo que decimos como el fondo que las sustenta.

  • Nadie posee a nadie. Las personas somos libres, nadie es propiedad de nadie. Si alguien decide estar con una persona es porque le gusta estar con ella, y eso no significa que pase a ser de su propiedad. Este prejuicio está muy implementado entre el género femenino, el cual históricamente ha sido visto como una posesión del hombre, por lo que se hace especialmente importante inculcar valores de liberación femenina a nuestras hijas.
  • Los celos no son amor. Son una muestra de inseguridad. Querer a alguien no implica coartar su vida, sino complementarla. La desconfianza en nuestra pareja sólo puede llevar a relaciones tensas que restan más que aportan.
  • El sexo no es algo sucio. Aunque requiera intimidad, el sexo no debe avergonzarnos. Todas las personas sentimos deseo sexual porque es una condición innata e imprescindible de nuestra existencia. Tampoco la masturbación es algo malo; para practicarla, debemos hacerlo en la intimidad y sin exponernos ante nadie.
  • El sexo debe ser siempre con el consentimiento de la otra persona. Jamás debemos forzar a nadie a tener sexo con nosotros. Forzar no implica sólo la fuerza física, sino también la insistencia o el chantaje. Estas conductas no se corresponden con un flirteo, sino con un acoso, algo que incluso puede llegar a ser delictivo.
  • Jamás debemos hacer algo que no queramos hacer. El sexo debe ser agradable y proporcionemos placer. No tenemos que acceder a una práctica sexual que no nos gusta o creemos que no nos gustará. Estas recomendaciones también sirven para la ‘primera vez’: sólo debemos hacerlo cuando estemos preparados y motivados, jamas por presiones internas (vergüenza, orgullo, falsas creencias) o externas (comentarios de amigos, insistencias).
  • Chicas y chicos son iguales. Tanto mujeres como hombres tienen derecho a disfrutar de sus cuerpos y del sexo de la misma forma, nadie debe subordinar su placer al del otro. Por ello, hay que romper con el tópico de que una chica que ha tenido varias parejas sexuales es una «fresca» y un chico en las mismas condiciones es un «campeón».
  • El sexo, siempre con protección. Sobre todo en relaciones esporádicas o no formales, el uso de preservativo es vital. No se trata de reñir o de sermonear, sino de informar asertivamente de los riesgos del sexo sin protección.
  • Todas las opciones de pareja son válidas. No sólo la pareja heterosexual, sino también la homosexual u otras opciones igualmente respetables. Ser gay, lesbiana o bisexual no es ningún problema y no tiene nada de antinatural. Todos tenemos nuestra sexualidad y el derecho a vivirla como mejor nos parezca. Hay muchas opciones dentro de la afectividad y la sexualidad y todas son válidas.

Sexualidad e hijos (III): Las primeras preguntas

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¿Cómo debemos responder ante las primeras dudas de nuestros hijos sobre la sexualidad y las diferencias de género? Antes de que lleguemos a plantearnos esta pregunta, podemos encontrarnos con interrogatorios inesperados a cargo de quienes creíamos ausentes (aún) de estos temas. Veamos algunas claves para salir del ‘lío’.

  • ¿Por qué soy diferente de mi hermano (o de mi hermana)? Sobre los dos años, niñas y niños empiezan a preguntarse sobre su propio cuerpo. Teniendo en cuenta el nivel de comprensión de quien pregunta, lo mejor es responder que son diferentes de la misma forma en que mujeres y hombres lo son. Suele ser una explicación convincente ya que pueden relacionarla con el mundo adulto.
  • ¿De dónde vengo yo? Rondando los cuatro años, ésta suele ser la primera duda existencial que tenemos. Hemos llegado a la conclusión de que todo tiene un origen, y queremos saber cuál es el nuestro. Argumentando que provienen de los papás estaremos vinculando su existencia a la nuestra, lo que suele acontentarlos.
  • ¿Por qué las niñas hacen pipí sentadas y los niños lo hacen de pie? Les tenemos que explicar que a los niños les es más fácil hacer pipí de pie por la forma del pene, mientras que las niñas, como tienen vagina, les es más cómodo hacerlo sentadas. No eludamos en ningún momento el nombre correcto de los genitales ni impregnemos de vergüenza lo que digamos. Cuanta más naturalidad mostremos, más convencido se quedará nuestro hijo.
  • ¿Cómo salí de tu barriga? Si la niña o el niño es muy pequeño, con explicarle que simplemente salió es suficiente. Si es mayor y pide más explicaciones, le exponemos que salió por uno de los tres agujeritos que tienen las mujeres: uno para hacer caca, otro para el pipi y uno para que salga el bebé.

Como vemos, se trata de ser lo más natural posible y de llamar a las cosas por su nombre. Cualquier intento de eufemismo o de esquivar la cuestión incrementará una curiosidad malsana en el menor que lo llevará a fuentes de desinformación y a generarse tabús sobre el tema.

Sexualidad e hijos (II): ¿Quién educa?

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No sólo nosotros, como padres asertivos que pretendemos ser, influimos en la concepción que sobre el sexo y la sexualidad tienen nuestros hijos. Vivimos en una época plagada de estímulos y referentes que van más allá de la simple interacción social, y estar atentos al entorno del niño nos hará entender mejor qué ideas pueden tener y anticiparnos a que asimilen respuestas erróneas a sus dudas. Pasemos a hacer una lista de agentes que educan (o maleducan) en sexualidad.

La escuela. Damos por hecho que la educación de un niño depende en un 50% de casa y en un 50% del colegio, pero ¿es así? No exactamente, pero nos gusta creer que lo que no podemos hacer como padres lo hacen los maestros, o que cualquier comportamiento erróneo en nuestros hijos refleja lo que ve en la escuela. Pero debemos tener en cuenta algo para el tema que nos ocupa: dentro del currículum escolar no figura la educación sexual. Más allá de la descripción biológica de la función reproductora humana en Ciencias Naturales, todo se reduce a alguna explicación o charla en horas de tutoría. No existe un plan común de los centros educativos sobre sexualidad y afectividad. En algunas escuelas, sin ir más lejos, se pide permiso a los padres para que la niña o el niño puedan asistir a charlas concertadas o para abrir debates en clase sobre el tema. Para colmo, no existe en las carreras de magisterio ninguna formación específica en forma de asignatura, por lo que las distorsiones sobre sexualidad que podamos tener como padres es muy probable que no estén corregidas en el docente.

Los amigos. Sin lugar a dudas, la primera fuente informativa cronológica sobre asuntos vitales. Y la más distorsionada. Si hemos llegado a ser maduros responsables entre un mar de dudas, ¿qué certezas sobre el mundo puede tener un preadolescente? Hagamos un ejercicio de memoria y recordemos qué ideas sobre el sexo teníamos con 12 o 13 años. Pues muchas de esas chorradas que creíamos a pie juntillas siguen vigentes entre los niños de hoy en día. Los estereotipos y la concepción de diferencias marcadas entre géneros no se han evaporado con el tiempo, sino que incluso parecen mantenerse con la misma fuerza. Contrarrestar estas falsas informaciones con una educación basada en el respeto y la igualdad es una de nuestras tareas principales como progenitores.

Los medios de comunicación. Hay quien dice que hoy en día los niños, por falta de tiempo o desidia de los padres, están siendo educados por Internet. Habrá quien diga que generaciones anteriores pasaban horas delante del televisor y no pasaba nada, pero incurren en dos errores fatales: ni la televisión de antes era interactiva, con lo que debíamos tragarnos lo que hubiera sin poder seleccionar entre un abanico infinito de contenidos, ni todos salimos tan bien; de hecho, estar debatiendo ahora sobre cómo educar a los hijos implica que algo ha fallado a lo largo de generaciones. Los estereotipos que antes se transmitían por vía única ahora lo hacen por diversos canales (no sólo televisivos) y de forma omnipresente (móviles, tabletas). Luchar contra eso implica un buen conocimiento del medio para poder utilizarlo a nuestro favor. No todo en Internet es malo, pero debemos (re)conocer qué contenidos pueden favorecer una educación adecuada y no demonizar un medio con infinitas posibilidades.

La pornografía. Lo queramos o no, la principal referencia sexual de gran parte de los adolescentes. Hoy en día, gracias a Internet, las redes sociales y los dispositivos móviles, acceder a material pornográfico es más fácil que nunca, por lo que se convierte en un factor pedagógico sobre el sexo y los roles de género. La mayor parte de la pornografía va orientada al público masculino y perpetúa los estereotipos de dominación sobre la mujer y su sumisión a los instintos sexuales más básicos del hombre; las chicas suelen reflejarse como objetos que el macho tiene derecho a poseer bajo su antojo. Estos conceptos no son gratuitos, puesto que escenifican todo un ideario que culturalmente ha sido aceptado y transmitido, bajo diferentes formas e intensidades, a lo largo de la historia. Y no sólo por el cine porno, sino por cualquier medio de representación de la realidad, ya sea la literatura, el teatro o el propio cine convencional. Transmitir a nuestros hijos que la pornografía es ficción basada en conceptos erróneos (como podríamos hacerlo al desmontar ante ellos la verosimilitud de una película de fantasmas) es clave si queremos protegerlos de una asimilación distorsionada de la sexualidad y ofrecerles una visión realista y respetuosa del sexo y los roles de género.

Sexualidad e hijos (I): Cómo hablar sobre el tema

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Pocas cosas tan temidas para unos padres como afrontar las cuestiones sexuales de sus hijos. Sabemos que están ahí, que en algún momento surgirá el tema, pero retrasamos el momento por pudor o, directamente, dejamos que aquellos niños, ya entrados en la adolescencia, descubran por sí mismos lo que nosotros tuvimos que aprender a base de golpes de realidad. Para colmo, muchas veces las argumentaciones sobre el sexo que ofrecen los padres suelen ser acusatorias o intimidadoras, creando miedo y culpa en el menor. Teniendo en cuenta que cualquiera de estas opciones es contraproducente y que nuestra intención es ser madres y padres ejemplares, pasemos a enumerar algunas claves sobre cuándo y cómo hablar sobre sexualidad con ellos.

¿En qué momento debemos plantearnos conversar con nuestro hijo sobre sexo? Pues desde el instante en que surgen las primeras dudas sobre género o partes del cuerpo, lo que suele ser bastante pronto, mucho antes de la adolescencia. Debemos estar atentos a las observaciones que hace la niña o el niño, ya que una explicación errónea (generalmente dada por compañeros, los medios o la pornografía) o la duda persistente pueden ocasionar interpretaciones conflictivas e irreales sobre el tema. En ocasiones seremos nosotros quienes tomemos la iniciativa de iniciar una conversación. Siempre deberemos estar atentos a cualquier sugerencia e inquietud por si el menor se ve incapaz de verbalizar lo que le ocurre.

¿De qué forma hay que hacerlo? Con firmeza y diciendo la verdad, sin otra intención que informar sobre el tema en concreto. Es muy importante no ir más allá de la duda del niño, pues en muchos casos podemos crear confusión. Debemos tener en cuenta los conocimientos previos que tiene nuestro hijo sobre el asunto y aclarar conceptos que tenga alterados. Si es necesario, dosificaremos esa información para que pueda asimilarla, pero jamás iremos más allá: el aprendizaje siempre es más efectivo que el sermón. También es muy importante que adaptemos el lenguaje a la edad y nivel de desarrollo del niño, pues debemos hacer inteligible el mensaje mientras generamos interés por lo que decimos. Las metáforas deben usarse como símiles que ejemplifiquen lo que decimos, pero nunca deben servir para evadirse con fantasías sobre algo muy real.

¿Cuál es el mejor momento? Cualquiera que nos permita sentarnos a hablar. Si la niña o el niño muestra una inquietud urgente, lo mejor es hablarlo al momento, buscando el sitio más cómodo. Es posible que el menor quiera hablarlo en algún lugar separado del resto de personas de la casa, y debemos respetar su preferencia. Si no podemos atender en ese preciso instante sus demandas, lo mejor es acordar un momento para hacerlo. Es importante que nuestro hijo perciba que sus dudas son importantes para nosotros y que intentaremos aclararlas con ellos a través de un compromiso. No dejemos que el tema, por muy peliagudo que nos parezca, se convierta en un tabú. La negligencia a la hora de hablar sobre sexo con nuestros hijos con naturalidad y sin estereotipos puede ser algo que paguemos más adelante.

Debemos tener en cuenta que la sexualidad es algo inherente, íntimo y personal, de lo que no podemos desligarnos porque forma parte de nuestra naturaleza, y así tenemos que transmitirlo a nuestros hijos. No dejemos que perciban el sexo como algo sucio y malo, sino como algo que puedan entender para poder llevar una vida sexualmente satisfactoria.

Adicciones en la adolescencia (y III): ¿Qué hacer?

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Siguiendo con las entradas anteriores en el blog, y ateniéndonos a las pautas y observaciones efectuadas en ellas, hoy nos centraremos en formular preguntas y respuestas sobre cómo actuar en el caso de encontrarnos ante un caso de adicción en nuestros hijos.

  • ¿Cómo actuar cuando hay evidencias claras de adicción? Si hallamos las pruebas de que nuestro hijo ha caído en una conducta adictiva, jamás mostremos sobreprotección ni sometimiento a la negación del adolescente; o dicho de otra forma: ni pasemos del tema ni mostremos una compasión que lo exima de toda culpa y relaje la disciplina en casa. Deberemos continuar y reforzar en lo adecuado las normas en el hogar. En el momento de iniciar el tratamiento -porque sí o sí debe haber una respuesta en forma de intervención profesional-, ser claros, concisos e ir todos a una, asumiendo cada parte su responsabilidad correspondiente.
  • ¿Por dónde empezar? Tengamos en cuenta que en el momento de encarar el problema no estamos solos como padres. Debemos contar con la ayuda de profesionales que no sólo traten al adolescente, sino que también asesoren a la familia. El profesional debe establecer un buen vínculo con todos los elementos de la familia y estructurará el tratamiento, el cual deberemos seguir al pie de la letra para conseguir unos resultados óptimos. Si en algún momento nos vemos incapaces de seguir las pautas establecidas, se lo haremos saber para reestructurar la estrategia de actuación. Jamás debemos callarnos ante un problema o una dificultad.
  • ¿Y si el adolescente continua negando el problema? Debemos mantenernos firmes y contrarios a que recaiga en la adicción. Muchas familias pueden dar marcha atrás ante el chantaje emocional del hijo adicto, pero debemos tener muy claro que el mayor favor se lo haremos manteniéndonos en nuestra postura, no permitiendo que el adolescente se tome libertades que supongan un riesgo de recaída. Hay que hacerle evidente, verbalizándolo siempre que se pueda, que nosotros no le estamos negando la ayuda con nuestra actitud intransigente, sino que es él o ella quien la rechaza. Por todo esto, jamás nos sintamos culpables por lo que hacemos por su bien.
  • Si la convivencia se hace imposible, ¿qué hacemos? Nuevamente: firmeza. Cuanto más cedamos, mayor descontrol habrá. Todo tratamiento requiere un esfuerzo para todas las partes implicadas, también para los que rodean al paciente, y debemos dejárselo claro desde el principio. Su sufrimiento es también el nuestro.
  • ¿Lo conseguiremos? Hay momentos en la vida en que hay que tocar fondo para salir a flote. Los adolescentes, como cualquier otra persona, toman conciencia del problema cuando se asustan ante él. En la mayoría de casos, los jóvenes que huyen de casa para no seguir el tratamiento lo hacen más como castigo a sus padres que como reacción salvadora de su situación, y acaban volviendo a casa arrepentidos y con una conciencia más evidente de lo que pasa; estar privados de las comodidades del hogar puede hacer recapacitar a cualquiera sobre qué lo ha llevado a vagar por las calles. El reencuentro con los padres suele ser un buen momento para, sin sermones ni reprimendas, retomar el tratamiento con un empuje mayor, una vez el adolescente le ha visto las orejas al lobo.

Adicciones en la adolescencia (II): Factores de riesgo

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Siguiendo con el tema iniciado en la entrada anterior, intentaremos hoy aportar claves sobre el origen, las posibles causas, de una conducta adictiva, las cuales suelen manifestarse en la etapa adolescente del proceso evolutivo.

  • Ineptitud social. Sobre todo en el caso de adicciones a internet, la personalidad del adolescente suele revelar una escasa habilidad para las relaciones con los demás. El dispositivo electrónico (PC, móvil, tableta, consola) se ve como un refugio donde no hacer frente a la inmediatez y la espontaneidad de un cara a cara. La ineptitud en las relaciones puede venir provocada por factores intrínsecos de personalidad, pero puede corregirse con un buen entrenamiento en habilidades sociales.
  • Timidez extrema. No es lo mismo ser tímido que ser socialmente inepto, y de hecho las dos categorías pueden relacionarse con trastornos clínicos diferentes, pero sí es posible que vayan de la mano. La timidez, si no es superable a través de la exposición y la estimulación adecuadas, puede provocar un retiro voluntario de todo contacto con los demás; la ineptitud social no sólo se debe a la timidez, sino que puede ser la consecuencia de hábitos de relación inapropiados (la educación empieza en casa) o de trastornos del espectro autista. En cualquier caso, evitar las relaciones sociales puede llevar al refugio en conductas adictivas que suplanten la gratificación (y el riesgo) de interactuar con los demás.
  • Tristeza. No siempre fáciles de detectar, los estados anímicos depresivos conllevan una alteración de la conducta que aleja al individuo de su rutina habitual y lo empuja a buscar estimulaciones paralelas a la realidad. Si percibimos nuestro entorno como un mundo hostil, cualquier opción de sentirnos mejor (videojuegos, drogas) será vista con buenos ojos.
  • Problemas en la escuela. No sentirse realizado a través de las notas en el instituto, o de las relaciones con los compañeros y el profesorado, es un factor de riesgo en las conductas adictivas. Si el adolescente no es buen alumno intentará sentirse realizado por otras vías menos convenientes, y no podemos descartar que alguno de esos caminos lleve a una adicción.
  • Familia disfuncional. Posiblemente el mayor factor de riesgo. La falta de afecto en casa, el desorden disciplinario, la escasa comunicación entre padres e hijos o el mal ejemplo de los progenitores son los causantes principales de conductas peligrosas en el adolescente. A veces las ejecutan por evasión, pero en otras ocasiones son la réplica imitativa del ejemplo dado en casa. En este blog hemos ofrecido consejos sobre cómo relacionarnos mejor con nuestros hijos. No olvidemos que éste no sólo es el mayor factor de riesgo, sino también el que mejor podemos controlar, por lo que depende en buena parte de nosotros detectar y prevenir conductas adictivas en nuestro entorno más inmediato.